Entre los ecuatorianos existe decepción al observar un número interminable de precandidatos a la Asamblea Nacional y a la Presidencia de la República.
Entre los ecuatorianos existe decepción al observar un número interminable de precandidatos a la Asamblea Nacional y a la Presidencia de la República. La sola extensa cantidad de postulantes desalienta y visibiliza lo frágil de la democracia en nuestro país, porque tener una democracia sólida no es ir a las urnas con más frecuencia, sino, garantizar el pleno goce de los derechos, el respeto a los derechos de los demás y, sobre todo, la solidez institucional de un Estado. En Ecuador, son destituidos a cada rato, por ejemplo, los consejeros del CPCCS, que son elegidos mediante el voto popular; o hace poco, un presidente fue enviado a su casa al igual que 137 asambleístas con la muerte cruzada.
Las organizaciones políticas tienen amplia responsabilidad en este debilitamiento gradual de nuestra democracia. No forman líderes, no ponen los intereses del país por sobre los particulares y, sobre todo, no buscan consensos mínimos para fortalecer organizaciones políticas, sino que más bien al mínimo desacuerdo se fundan nuevas corporaciones electoreras. Todo esto debilita la democracia.
La legislación ecuatoriana obliga a las organizaciones políticas a postular candidatos en cada elección. Y he ahí una razón para la proliferación de candidaturas. Sin embargo, en este punto, son claves los diálogos, las asambleas, las amplias mesas de conversación de dirigentes y militantes, para buscar puntos en común que permitan construir agendas a base de coincidencias y sellarlas con las denominadas alianzas. Pero nada de eso pasa en Ecuador. Predominan las aspiraciones personales, las agendas partidistas y no las ciudadanas. Miremos el caso de El Oro: 21 listas preliminares de precandidatos en busca de cinco curules. ¿Por qué no definen alianzas? Porque todos quieren aparecer en el primer escaño. Y si somos más cuidadosos y revisamos sus planes de trabajo: son un copia y pega de sus ejes programáticos. Coinciden hasta en eso, menos en quiénes deben liderar la lista de postulantes. Su egoísmo y vanidad llevan a la provincia y al país en general al descalabro y eso amerita correcciones urgentes, pero en esta nación, es bien difícil que los partidos y movimientos políticos quieran romper el status quo. Una vez más, el poder está en los ciudadanos, para castigar a estos politiqueros mediante nuestra arma más poderosa: el voto.