Hardy Tinoco
Ecuador atraviesa su momento más difícil en los últimos 100 años. Estamos viviendo una de las etapas más dolorosas que un país puede experimentar, resultado de años de desgobierno que han desarticulado nuestra nación.
Desde mediados de los 80 hasta principios de los 90, Colombia enfrentó una crisis similar, marcada por el narcotráfico. Sin embargo, Colombia sabía claramente que su guerra era contra uno de los narcotraficantes más poderosos de la historia: Pablo Escobar. En contraste, Ecuador aún no identifica a su enemigo, lo que nos coloca en una situación más crítica.
En la provincia de El Oro, se reportan entre 5 y 8 muertes violentas por semana. Ante esta realidad, muchos ecuatorianos se apresuran a señalar “la culpa es del presidente”. Aunque esta afirmación no es del todo infundada, es crucial que analicemos sus causas. Primero, debemos reconocer que vivimos en un sistema democrático donde el gobierno no está únicamente en manos del presidente. Existen cinco poderes del Estado: ejecutivo, legislativo, judicial, electoral, de participación ciudadana, y cada decisión que afecta al país debe pasar por el filtro de estos poderes. Aquí es donde se estanca el proceso, ya que las ideologías políticas están fragmentadas, con una notable mayoría correísta en el legislativo. Si yo fuera presidente, lo primero que haría sería solicitar ayuda internacional, aliándome con Estados Unidos y permitiendo la apertura de bases estadounidenses en los puertos más afectados por el narcotráfico.
Esta medida no significaría perder nuestra soberanía, como algunos politólogos temen; al contrario, sería un paso vital para preservar vidas. La metodología de Estados Unidos es contundente contra el narcotráfico y podría erradicarlo rápidamente, así como a los responsables de este delito. Tal vez por eso algunos “politólogos” temen la implementación de esta reforma constitucional; habría que investigar las razones detrás de este miedo, o si el poder legislativo también está contaminado.
La soberanía sin seguridad y paz no puede desarrollarse; la economía no prospera sin un entorno seguro. La libertad de un pueblo se ve amenazada en un contexto de inseguridad.
El problema social que genera el narcotráfico se manifiesta como un terrorismo que el país necesita eliminar urgentemente.
Así como se buscó una vacuna contra el COVID, hoy necesitamos una “vacuna” contra el terrorismo, y esa solución está en manos de nuestros aliados estadounidenses.
Es hora de actuar, señor presidente.