Es el último día de inscripción de candidaturas para binomio presidencial, asambleístas nacionales, provinciales, ecuatorianos en el exterior y parlamentarios andinos. Quizá, y en algún caso remoto, podría ser también el último día de reflexión para quien se disponga a aceptar tal postulación. El anhelo generalizado de los ecuatorianos es que quienes participen en la próxima lid electoral lo hagan con la mente puesta en el país, a fin de mejorarlo, de cambiar lo que no nos favorece, mejorar lo que tenemos y, sobre todo, ir hacia la dignidad que postula con transparencia y honestidad.
Y entonces vendrá la campaña. Ojalá sea una campaña de propuestas, no de ataques; de ideas, no de fantasmas. Basta de bajezas, de polarización y rivalidad innecesaria, porque el país requiere que estemos unidos para salir adelante.
Los candidatos tienen el desafío de presentar sus credenciales ante la opinión pública, de exhibir su plan de trabajo. Ya no queremos a esos candidatos que buscan fortalecer su presencia e imagen a partir de lo que otra figura les endose y que no necesariamente esté en la papeleta.
Pero también necesitamos una sociedad comprometida y activa. Los electores no podemos ni debemos ser meros espectadores de bochornosos espectáculos de la clase política de turno. Aunque es difícil, debemos ser más reflexivos y críticos. Contraponer ideas antes que afinidades y demás sesgos. Porque el Ecuador nos necesita conscientes y no apasionados frente a la urna al momento de depositar el voto. Afuera deben quedar los prejuicios.
Y entonces debemos procurar identificar a los postulantes, conocerlos, leer sus propuestas y escuchar con detenimiento los alcances que ofrecen en torno a sus planteamientos: la viabilidad técnica, financiera y presupuestaria; la factibilidad y la pertinencia de entregarle al país lo que anuncian. Porque hay una línea muy fina entre las propuestas y la demagogia en nuestros políticos, caracterizados por ofrecer y no cumplir.
Pero estamos en Ecuador, con unos electores que cuestionan muy bien en redes sociales a quienes están en el poder, pero cuando es momento de votar, prefieren votar nulo, no ir a las urnas o entregarle a cualquiera, sin haber discernido y debatido lo suficiente su alternativa como para replantearse una opción. Ya veremos cómo llegamos a febrero.