Antes de anunciar que mediodía el Ecuador iba a permanecer sin energía eléctrica, el gobierno diseñó de forma apropiada la distracción perfecta: rompió la Constitución para suspender por 150 días a la vicepresidenta, Verónica Abad, y envió a sus alfiles a vaticinar que, según el plan diseñado, de esa forma el presidente, Daniel Noboa, sí podía designar un nuevo segundo mandatario que la reemplace en funciones. No demoraron en aparecer los intelectuales del Derecho a cuestionar lo que para ellos es una aberración jurídica. A lamentar los alcances del Ministerio del Trabajo y tampoco demoraron en anticipar que la Corte Constitucional era el ente que iba a derogar esa sanción.
En las redes sociales esa fue la narrativa instaurada, con criterios a favor y en contra, amplios debates, extensos tuits. El régimen logró su objetivo: distrajo a la opinión pública de lo realmente importante, pues pasó casi que desapercibido el hecho de que medio día el Ecuador se iba a quedar sin energía eléctrica. El Ministerio de Energía anunció casi que entre dientes que aumentaban los apagones a 12 horas diarias a partir de este mismo sábado 9 de noviembre.
Nadie dio explicaciones, nadie emitió argumentos. Nadie justificó la decisión, ni tampoco emitió versiones técnicas al respecto, en especial, cuando hace tan solo un día, la ministra de Energía encargada, Inés Manzano, le dijo al país en Ecuavisa que los apagones iban a ser de ocho horas.
El silencio da espacio al rumor y de esos abundan en redes sociales, de los cuales, en la época de la posverdad y la inteligencia artificial, ni el más ilustrado e informado ciudadano ya no sabe qué creer o qué desestimar.
El gobierno del presidente Daniel Noboa debe dejarle de tener miedo al tobogán de las encuestas al que se metió desde el momento en que asumió la Presidencia de la República. Más bien debe preocuparse por el sentir ciudadano, porque a estas alturas, pueda que hasta los ecuatorianos entiendan las circunstancias. El presidente Noboa y su entorno no comprenden que el enojo ciudadano es que estas decisiones abruptas sean repentinas, silenciosas, pero, en especial, que anuncien unos horarios y la luz se vaya en otros. Eso el pueblo condena y castiga.