La desinformación y la no aplicación de los horarios publicados tienen en vilo a esta familia. Los cuidadores y los propios pacientes no saben a qué atenerse cuando los cortes de luz son tan prolongados. El estrés y la ansiedad son otras razones con las que tienen que lidiar los pacientes.
La crisis eléctrica en Ecuador ha revelado el aumento del riesgo para las personas vulnerables que dependen de la luz eléctrica para tomar sus medicinas o recibir tratamiento. Para quienes padecen discapacidades y enfermedades que requieren cuidados constantes, los apagones se han convertido en una experiencia angustiante. Bolívar Fernando González Pasmiño, de 65 años y con un 90% de discapacidad, es un ejemplo de cómo los cortes de luz prolongados afectan a quienes más necesitan el suministro eléctrico.
González Pasmiño quedó postrado en cama tras un accidente de tránsito en 1996 en la vía Santa Rosa-Machala. Desde entonces, depende completamente de su familia para sobrevivir. “No puedo moverme; necesito de dos personas para trasladarme, bañarme o incluso sentarme en una silla. Estos apagones nos han hecho la vida mucho más difícil”, relató mientras su madre, de 90 años, lo asistía en la sala de su hogar.
El calor sofocante, la falta de aire acondicionado y la imposibilidad de refrigerar alimentos o medicinas son solo algunas de las dificultades que enfrentan. “Cuando no hay luz, la comida se daña rápidamente, lo que significa gastar más dinero comprando lo justo cada día para evitar pérdidas. Es desesperante no tener una solución”, agregó.
Con más de 27 años postrado en una cama, González asegura que nunca antes había experimentado apagones de hasta 14 horas. Afirma que sigue con vida gracias a los cuidados de su madre, una mujer de 90 años que también sufre cuando no hay luz por las noches.
“A veces le toca tomar sus medicinas y no puedo ver cuál le corresponde porque no veo bien. Hemos tenido que comprar focos recargables para atender a mi hijo y para no tropezarme y caerme. Mientras Dios me dé vida, seguiré cuidando de mi hijo”, dijo Ana Pazmiño, madre de Bolívar.
LUCHA CONSTANTE
Bolívar, incapaz de mover brazos y piernas desde hace 27 años, depende de su madre y de su sobrino para recibir cuidados básicos como cambiar de posición, alimentarse y ser aseado. En una ciudad donde el calor sofocante es una constante, la falta de un aire acondicionado funcional empeora su situación, ya que los médicos le recomendaron estar en un ambiente a menos de 23 grados. “Se necesita el aire, todo para estar bien. Necesito un aire más limpio”, comenta con voz cansada, señalando la urgencia de la situación.
La adaptación a esta crisis ha sido dolorosa. La familia ha invertido en focos recargables y linternas para iluminar las noches, pero el esfuerzo es insuficiente. “En la oscuridad, mi mamá y yo nos reunimos en la sala para sentirnos un poco más seguros”, agrega Bolívar, quien teme por las caídas de su madre y la confusión que podría provocar la falta de visibilidad.
Los apagones también afectan a otros sectores de la ciudad y a pacientes que dependen de equipos médicos para sobrevivir. “Imagínense a un diabético que no pueda encontrar su insulina a tiempo o a alguien que necesite un tanque de oxígeno”, reflexiona Bolívar. La impotencia es palpable en cada palabra y en cada pausa que su testimonio carga.
González, con una lucidez marcada por años de lucha, no pide lujos ni favores, sino soluciones. “El gobierno tiene que solucionar esto lo más pronto posible, ya sea comprando energía a Perú o Colombia, lo que sea necesario para garantizar la seguridad y el bienestar del pueblo”. Su voz, quebrada pero firme, evidencia los efectos tangibles y devastadores de la crisis energética en Ecuador, que no solo limita las actividades cotidianas, sino que amenaza la vida de quienes más lo necesitan.
PACIENTES EN RIESGO
Los pacientes electrodependientes que utilizan concentradores de oxígeno enfrentan un peligro aún mayor. Mientras que los hospitales cuentan con generadores de respaldo, las familias como la de González no tienen acceso a estos recursos. El ministro de Salud, Antonio Naranjo, sugirió en una entrevista a un medio nacional que los afectados adquieran generadores a diésel, pero el costo, que puede oscilar entre 600 y 800 dólares, es impagable para muchos. “Nosotros no tenemos la capacidad económica para eso, y encima, no recibo ninguna bonificación del Estado”, expresó González con preocupación.
La falta de luz también complica la administración de medicinas y vitaminas, y la oscuridad genera riesgos de accidentes en el hogar. La madre de González y otros familiares han tenido que adaptarse, comprando focos recargables y linternas para poder moverse por la casa. Sin embargo, esto no reemplaza la estabilidad que ofrece el suministro eléctrico constante. “Es frustrante, sobre todo en la noche. Uno necesita poder llamar a un médico o a un familiar en caso de emergencia, y sin luz, eso se vuelve imposible porque ni señal hay”, lamentó el afectado.
Los ciudadanos en situaciones similares a las de González esperan que el gobierno ofrezca una solución rápida y eficiente a la crisis energética. “El pueblo vota para que el gobierno lo represente y lo cuide. No se trata solo de nosotros, los discapacitados, sino de todas las personas, de todo el país”, expresó.
A pesar de llevar 27 años lidiando con su discapacidad, González reconoce que la situación actual ha sido una de las peores crisis. “He aprendido a adaptarme, pero esto es mucho más difícil. Hay enfermedades peores que la mía, y no quiero imaginar cómo lo están pasando. Adaptarse es difícil, es muy difícil”.
Los cortes de energía, que en ocasiones se extienden hasta 14 horas diarias, no solo han traído incomodidad a los hogares, sino que han puesto en peligro la vida de pacientes que dependen de asistencia médica y cuidados continuos.