OPINIóN

Un pequeño país en guerra


Francisco Huerta

No me gustan las metáforas bélicas utilizadas para describir situaciones que incluso tienen que ver con la defensa de la vida, siendo que la guerra es sufrimiento y muerte. Lo cierto es que el hábito está arraigado y se habla con naturalidad del combate a las enfermedades, por ejemplo.

Con lo señalado por delante me permito decir que el Ecuador está librando estos días, varias guerras simultáneas.

Una, reconocida por la ciudadanía como imperativa, es la lucha contra la inseguridad. En ella, obviamente, predomina la participación de los elementos de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, pero tiene que darse con la participación de todos. Hay que conquistar la paz, barrio a barrio, casa a casa y ello requiere un alto grado de organización, que ahora no existe y que es vital para superar el miedo y llevar adelante necesarias labores de inteligencia.

Otra guerra, que está impulsada por un manifiesto clamor nacional, es la que se libra contra la corrupción. En ella las batallas son complicadas puesto que los agentes destinados a sostenerlas están infiltrados por los corruptos. Como el daño que ha hecho y sigue haciendo a la república es inconmensurable, es vital ganarla lo más pronto posible; al menos desestimularla en su desmesurado crecimiento, sabiendo que será imposible erradicarla, pues se trata de una plaga extendida a nivel mundial, que hasta ahora no tiene una vacuna y es difícil prevenirla. Por ello es mandatorio combatirla al primer síntoma de su aparición.

La guerra contra el crimen organizado, fenómeno de ámbito planetario, requiere de una gran alianza, al menos regional, para poder libarla con éxito. El enorme poder económico acumulado, su condición transnacional y sus fuertes vínculos con sectores políticos, obligan al diseño de una cuidadosa estrategia para combatir a estos delitos que, lamentablemente, todavía está por elaborarse. El Ecuador que, al fin, ha decido participar en ella, debe prepararse para resistir las acciones de terror que conlleva, con ánimo de sembrar el miedo y quebrar la voluntad de sostenerla, en defensa del futuro de nuestros descendientes.