Jorge Calderón Salazar

Cuando en abril del 2021 ganó la elección, el presidente saliendo Lasso, la aspiración de los ciudadanos era el cambio, pues la esperanza es lo último que se pierde (así dicen); con algunas similitudes a los que hoy nos avocamos (crisis económica, desigualdad social, desempleo; principalmente), pasando de una pandemia a una crisis nunca antes vista de inseguridad (podría agregarse también la situación energética que atraviesa el país). Si bien, ningún gobierno es del todo malo, porque siempre hay aspectos que son rescatables; es importante ser cautos al momento de señalar que un gobierno (o el mandatario) pasa a la historia “´cómo el mejor”, de ahí que el balance objetivo que se realice debe alejarse de cualquier vicio, sea ideológico, político, incluso emocional.
Es claro, que la inseguridad no solo se trata de percepción, pues es una realidad latente y que genera zozobra y temor; si bien, los orígenes de la inseguridad están identificados, así como también sus gestores; seguir aludiendo al pasado y no reconocer que no se fue capaz de remediar la situación deja solamente en evidencia la falta de accionar y capacidad de gestión de los responsables de esta y otras problemáticas que se presentaron durante el mandato de Guillermo Lasso. Asimismo, iniciar con un círculo cerrado de colaboradores sin ver la posibilidad de incluir profesionales (igualmente idóneos) de otros sectores, lleva a creer equivocadamente que solo está en unos pocos, tener las soluciones para las grandes demandas sociales.
