Édison Guevara Estrella

Ecuador enfrenta, otra vez, el “fantasma del paro” y, según algunos, también el de la “desestabilización”. La causa: la decisión del presidente Daniel Noboa Azín de eliminar el subsidio al diésel, entre otros aspectos, porque el mantenimiento de subsidios ineficientes perpetúa distorsiones económicas al encarecer la sostenibilidad de las finanzas públicas, reducir el espacio fiscal y limitar la capacidad del Estado de invertir en sectores prioritarios para el desarrollo económico, social y sostenible, que sí benefician directamente a la mayoría de la población, a sectores de menores ingresos y a la acción climática.
Pero esta medida no llegó de buenas a primeras, tampoco de forma suelta, ya que el Presidente, mediante Decreto, creó la compensación por la aplicación de la reforma al precio del diésel automotor, a través de una transferencia monetaria mensual de entre 450 y 1.000 dólares para los propietarios de vehículos de transporte público intracantonal, intraprovincial e interprovincial, así como incentivos a agricultores y pescadores, entre otros mecanismos para minimizar los efectos del alza del diésel.
Sin embargo, varios días posteriores al 12 de septiembre, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) recién se “despierta” y no es que se da cuenta del tremendo golpe a la economía popular, que va, si ellos son bien despiertos. Lo que pasa es que encontraron el pretexto perfecto para retomar su consabido derecho a la “resistencia” con acciones violentas. Inclusive, uno de sus líderes, derrotado de forma contundente en las urnas, el inefable Leonidas Iza, formulaba un llamado para sacar del poder a Noboa.
Ese es el fantasma de la desestabilización, no es que las medidas afecten directamente a los pueblos indígenas, pero necesitan resurgir políticamente, por eso -una vez más- se oponen a todo, al grado de amenazar con impedir el ingreso de la fueza pública a sus territorios, como si formasen un estado independiente dentro del Estado ecuatoriano, ¡qué tal!. Lo bueno es que la gente demácrata y sensata ya no come cuento.
